Expansión de Horizontes — James A. Long

Inversión en Fortaleza de Carácter

La lucha de la humanidad para avanzar desde la obscuridad a la luz ha ocupado la atención de generaciones de ciudadanos sinceros y serios en cada punto del globo. Siglo tras siglo ha habido individuos quienes se han atrevido a asaltar los "portales del Cielo" e infundir valor y una visión más amplia en el pensamiento de la humanidad. Lado a lado con estos pocos, sin embargo, ha estado el contrapeso de los que rehusan hacer frente, aun a medio camino, a la responsabilidad del ser humano. Hoy, la Naturaleza crítica de la decisión es un desafío universal, no ya el privilegio de unos cuantos, sino la responsabilidad de todos. ¿Pero cómo hacer frente a ese reto con inteligencia y sabiduría?

Vislumbrar la visión desde una perspectiva mejor iluminada, es una cosa, y otra es ponerla en ejecución. Las virtudes milenarias de la caridad, el discernimiento, el valor y la comprensión duran años, tal vez miles de años, para llegar a ser una inversión sólida en el carácter. En todas partes los hombres se preguntan: si la batalla de la luz contra la obscuridad continúa perpetuamente; ¿qué pasa con el uso de la violencia en nuestras relaciones humanas? Si vemos a la Naturaleza haciendo uso de la violencia en sus reinos, ¿cómo podemos esperar que no la utilice el hombre para emplear su voluntad?

Naturalmente, durante el proceso de desarrollo hay contienda y un conflicto de voluntades. Pero es posible preguntar si la Naturaleza en cualquier tiempo constriñe su desarrollo. Hay una gran diferencia entre la compulsión de la violencia y el uso benévolo de la fuerza. En asuntos físicos la fuerza es efectiva, sin duda, pues sólo se requieren unas arrasadoras y máquinas de mover la tierra para "trasladar una montaña." Pero en los niveles superiores del pensamiento y de la acción, ¿qué encontramos invariablemente cuando se aplica la violencia? Resistencia y más resistencia, con fuerza luchando contra ella, y sin ninguna solución en vista. Sí, en verdad, en cada relación humana encontramos la fuerza en abundancia: la fuerza de la voluntad humana tratando de constreñir el cambio, tratando de arrasar una vía por las montañas de oposición. Pero, si hay montañas que son distintas a las de piedra y tierra, ¿no necesitan el uso de instrumentos del espíritu y no de la materia?

Las acciones de la Naturaleza son silenciosas pero poderosas; y mientras que el hombre puede acelerar el crecimiento de una flor en un invernadero, al hacerlo acelera la muerte de ella. Todos recordamos la frase en Mateo cuando Jesús recuerda a sus discípulos que "desde los días de Juan el Bautista, hasta ahora, el reino del Cielo sufre la violencia, y los violentos lo toman por la fuerza." ¿Debemos deducir que Jesús quiso decir que hemos literalmente de tomar al reino de las cosas espirituales por la fuerza? Investigando en el original encontramos que este mandamiento puede con igual exactitud traducirse de esta manera: "El reino de los Cielos está vencido, y lo hacen los fuertes (de mente)." El verbo "vencer," viniendo de la raíz bia, significó en el griego antiguo no sólo "fuerza o potencia corporal," sino también "fuerza mental." Así pues, ¿por qué no interpretar la advertencia del Maestro como: "el reino de las cosas espirituales ha de tomarse por la fuerza, y los de mentes fuertes lo harán?"

La crisis de la actualidad no es algo nuevo; ha sido encontrada innumerables veces en edades pasadas, pero en la historia escrita no ha habido nunca una preocupación tan abrumadora que nos dé una indicación que ilumine nuestros actos. Con todos los recursos a nuestra disposición, espirituales, mentales y físicos parecería que fuese fácil esa victoria. No obstante, siempre persiste la timidez natural de la naturaleza humana, de desprenderse de lo viejo y de asir con vigor el reino de lo nuevo. Todavía quedan los Nicodemos que se mantienen apartados, por su propia preferencia, fuera del círculo de responsabilidad activa; y los jóvenes, gobernantes ricos, quienes, sienten la atracción de la verdad; sin embargo prefieren sus apegos, las "riquezas" de sus vehículos de pensamientos establecidos, y así se niegan el privilegio de asociarse con la vanguardia.

La esperanza del mundo no yace en la religión doctrinal, ni en la especulación filosófica, ni en el experimento científico. Yace donde siempre ha estado situada: en el valor y la visión de cada generación sucesiva de moverse con la corriente de progreso según ésta avanza de un ciclo al siguiente. Hemos siempre de recurrir a los de corazón joven, no siempre a los que son jóvenes en años, sino a los que son jóvenes en la elasticidad del espíritu, de trazar nuevos caminos a la realización, para que las generaciones que siguen puedan mantener el progreso de la raza hacia arriba.

La juventud de hoy día está demostrando que hay en ella una honda reserva de altruismo, vinculado con un deseo de realizar en sus vidas algo creador. Algunos de ellos, es verdad, encuentran serias dificultades en adaptarse a la madurez, pero éstos representan un porcentaje insignificante en comparación con la ola vital pulsante de jóvenes de corazón fuerte, resueltos y de elevada inteligencia, que son fervorosos en sus empeños de prepararse para encontrarse con el desafío de este siglo. Ellos hacen preguntas penetrantes, de las cuales no son de poca importancia las que tocan el nacimiento y la muerte, y las relaciones recíprocas entre éstas dentro del plan evolutivo mayor. Hay una confianza de espíritu y de mente entre ellos que ya no aceptará a los literalismos cansados del dogma religioso. El legado del "reino del Cielo" es suyo, no para la liquidación por la violencia, sino reservado en depósito para los "fuertes de mente", un legado de libertad de pensamiento, de los actos y, lo más importante, un legado de libertad en el anhelo espiritual.



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