Expansión de Horizontes — James A. Long

Más Allá de la Muerte: Nuevas Vidas

Pregunta — En nuestras discusiones se ha mencionado la idea del renacimiento o reencarnación. Al principio yo pensaba en esto como algo fantástico que después de morirme podría retornar nuevamente. Pero entre más lo considero mi mente trae toda clase de argumentos en su contra. Sin embargo, siento que hay algo importante en ella. ¿Cuándo y cómo comenzó esta idea de la reencarnación?

Comentario — Cuándo comenzó la reencarnación es algo que yo no puedo saber, lo mismo que no puedo saber cuándo empezaron los recorridos armoniosos y ordenados del Sol, la luna y las estrellas. Todo lo que yo podría decir es que el principio del flujo y reflujo parece ser una de las "vías eternas" de la Naturaleza, pues la ley de progresión cíclica es tan vieja como la Tierra. Estaba en vigencia cuando el sistema solar vino a la existencia; y además, muy lejos en el espacio y el tiempo, era una ley en nuestro universo original; con sus sistemas solares y galaxias, salió por primera vez de la obscuridad del Espacio. En nuestra Tierra sus expresiones son múltiples: día y noche, luz y sombra, actividad y reposo; todos estos modos distintos y particulares acontecimientos son el resultado del flujo y reflujo de la vida en movimiento. Todo en la Naturaleza está sujeto a esta única ley del renacimiento de la forma, de nacimiento y muerte, muerte y nacimiento, a fin de proveer nuevos vehículos para el espíritu encarnado. La reencarnación se refiere al renacimiento del alma aquí en la Tierra: una aplicación de la ley general de renovación o reencarnación.

Pregunta — Pero la idea de la reencarnación es nueva para muchos de nosotros. Por supuesto yo me acuerdo de mis días en la universidad, que Shelley, Wordworth y Tennyson y también Goethe, hablaron de otros mundos desde los cuales habían venido, y que ellos "habían estado aquí antes." Yo consideraba esto como una mera fantasía poética. Yo amaba la belleza de sus obras, mas nunca se me ocurrió que quisieran decir esto formal y literalmente. A medida de que tengo más edad, no estoy tan seguro. ¿Era conocida esta creencia en otras edades?

Comentario — Ya lo creo; si examinamos los escritos de Oriente, Asia Menor, Grecia y Persia, encontramos claros indicios de una creencia, en una u otra forma, de la idea del renacimiento. Una tradición sagrada afirma que usted y yo somos en realidad dioses en esencia, divinidades potenciales en actividad incesante, esforzándonos por descubrir nuestro sendero; y, en ese esfuerzo, conscientes de ello o no, como seres humanos, hemos estado pasando dentro y fuera de esta Tierra por edades innumerables, porque la ley básica de la Naturaleza es evolucionar en espiral ascendente: acción seguida por reacción, causa y efecto. Por lo tanto, la idea de renacer fue siempre relacionada con el concepto de justicia: que lo que un hombre siembra ahora tendrá que cosechar más tarde a medida de que la vuelta del ciclo de causa y efecto gire sobre sí mismo o en esta vida o en alguna existencia venidera. Sin embargo, permítame advertirle que hay muchas ideas erróneas con respecto a la reencarnación.

Por ejemplo, algunas de las creencias Orientales nos conducen a suponer que si uno viviese una vida perversa es posible que volviera a reencarnar en forma animal. Pero esto ocurre porque sus interpretaciones han llegado a ser, en ciertos aspectos, tan dogmáticas como las nuestras. Yo no creo que la doctrina prístina indostánica o budista enseñó la transmigración del alma humana en cuerpos de animales después de la muerte; aunque en sus textos se encuentren pasajes que parecen sostener este criterio. Mas esto se refiere meramente a la transmigración provisional de ciertos de los elementos inferiores del "hombre que existió," dentro de los cuerpos de los reinos menos evolucionados. Como queda dicho, esto no tiene nada que ver con el alma humana que reencarna.

Pregunta — ¿Usted quiere decir que no existe el riesgo de volver en forma de bestia, aun por error?

Comentario — En absoluto, pues sería categóricamente contrario a los procedimientos evolutivos de la Naturaleza, para un alma humana retroceder a un vehículo inferior al humano. Aquello no es reencarnación o reincorporación tal como lo han enseñado los sabios de todos los países y de todas las edades, es una creencia degenerada, falsa, en absoluto desacuerdo con la realidad.

La prístina y verdadera doctrina del renacimiento o reencarnación insiste en este sólo punto: "Quien ha sido un hombre, siempre lo será," hasta que llegue a ser aún algo superior. Pensad por un momento en la enorme injusticia que sería para el alma humana, si por algún hecho de magia negra, estuviera ésta forzada a encarnar en el cuerpo de un animal, sin ninguna vía de expresión para las cualidades divinas y humanas. ¡Simplemente trate de imaginarse a sí mismo, con su grado de conciencia e inteligencia, mirando una puesta de sol glorioso a través de los ojos de su perro favorito, y sienta lo que sería la tortura y agonía de la encarcelación de tal experiencia!

¡No! Una vez que nosotros con la ayuda de nuestra chispa divina hemos merecido la expresión humana, no retrocederemos; a no ser de que, y ésta es la única excepción, por hacer el mal intencionalmente por una serie de vidas, el alma rompa con premeditación su vínculo con el Padre dentro de sí mismo. En tal caso, su retroceso determinado por sí mismo, llega realmente a ser un alma "perdida," habiendo perdido su derecho de participar en la corriente evolutiva que avanza. Afortunadamente, tal "ruptura" del contacto divino es muy rara; si ocurre, entonces los elementos atómicos particulares antes regidos por el "alma perdida," a causa de estar tan impregnados con tendencias subhumanas, posiblemente encontrarán salida en formas de vidas inferiores a lo humano, en vehículos bestiales o aun vegetales. Pero esto no es el destino del alma humana aspirante que, eslabonado con su divinidad, se esfuerza por una expansión de su entendimiento y conocimiento en cada nuevo renacimiento en la Tierra.

Pregunta — Esto es verdaderamente un cuadro muy ilustrado. Pero ¿por qué no nos enseñan en la iglesia la idea de la reencarnación?

Comentario — Eso es una historia prolija, y yo no intentaría dar la explicación de por qué los primeros Padres de la Iglesia en su tratamiento de los textos de la Escritura Cristiana suprimieron o al menos excluyeron ciertas enseñanzas pertinentes que tocaban no sólo el concepto del renacimiento, sino también otras materias que abordaban la relación del alma con el entero sistema solar. Estas ideas habrían proporcionado una filosofía más extensa y más universal que la que ahora contiene el Credo. En efecto, la misma doctrina de la necesidad del alma de repetidas experiencias en la Tierra fue condenada públicamente en uno de los antiguos concilios de la Iglesia. Es decir, fue borrado formalmente del credo exigido entonces en la Iglesia Cristiana, un acontecimiento que marcó una de las etapas de la cristalización y por lo tanto el decaimiento del verdadero cristianismo. Pues el mensaje del Maestro Jesús no representaba más ya a los pueblos de su tiempo, una búsqueda vital y creciente por la Verdad, sino que se había fijado en un credo definido y arreglado; por consiguiente, el Credo de la Iglesia, en vez del guía interior del hombre mismo, pasó a ser su instructor. Sin embargo, aun en las Escrituras como son hoy día, se pueden hallar referencias a la idea del renacimiento. Usted tiene que excavar hondo en ellas, pues son indirectas más bien que directas; sin embargo, señalan la buena acogida de la idea del renacimiento por los pueblos del Asia Menor en aquel tiempo.

Pregunta — ¿Pero dónde en la Biblia podemos encontrar tales referencias?

Comentario — La primera que viene a la memoria está en el evangelio de Mateo, yo creo, cuando Jesús pregunta a sus discípulos— "¿Quiénes dicen que soy Yo el Hijo del Hombre?" y ellos respondieron: "Unos dicen que tú eres Juan el Bautista; algunos, que Elías; y otros, Jeremías o uno de los profetas." Ahora bien, ¿por qué haría Jesús a sus discípulos tal pregunta, si la idea del renacimiento no hubiese sido aceptada comúnmente? Él no preguntó si el pueblo pensaba o no, que Él hubiera vivido antes, sino que dando eso por entendido, preguntaba sencillamente quién pensaban ellos que Él pudiera haber sido.

¿Y qué diremos de la historia del ciego en el Evangelio de San Juan? La conocemos todos, cuando Jesús pasó por el lado de un hombre ciego desde su nacimiento y sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién pecó, este hombre que nació ciego, o sus padres,?" ¿Recuerdan la respuesta de Jesús?: "Ni ha pecado este hombre, ni sus padres; pero las obras de Dios se manifiestan en él." Notad otra vez que Jesús no se preocupaba en aclarar sobre si el hombre habría o no vivido antes. La pregunta de sus discípulos daba eso por supuesto, pues el hombre no pudo haber pecado en esta vida si era ciego de nacimiento; lo significativo aquí es que Jesús eleva el concepto entero de la acción y reacción, causa y efecto, desde una simple declaración de "ojo por ojo" a la perspectiva más amplia, más compasiva, de que el Karma no es punitivo, ni necesariamente una experiencia retribuyente, sino siempre la oportunidad del alma para desarrollarse. Así Él señalaba la ceguedad no como un castigo, sino como una avenida de experiencia por la cual "las obras de Dios [el dios interior de uno] se manifiestan," para que la Ley o la resolución del destino inherente del ciego, fuese cumplida.

Pregunta — Desde luego todos conocemos lo dicho por San Pablo que "no se puede burlar a Dios," y que cuanto sembremos tendremos un día que cosechar. Pero cómo se pueden conciliar las terribles injusticias de la vida con un Dios omnibenigno?

Comentario — Precisamente este es el punto más importante. No podemos conciliarlas, si restringimos las experiencias del alma a un corto espacio de setenta y más años; pues ¿cómo entonces podríamos cosechar los efectos de nuestra siembra? No, la idea del renacimiento es esencialmente una de esperanza, porque ella asegura la inevitabilidad y la justicia, a través del tiempo.

Pregunta — Yo quisiera hacer una pregunta que siempre me ha inquietado. ¿Cuando morimos, perdemos nuestra personalidad? Por ejemplo, ¿volveré yo a conocerme a mí mismo cuando retorne otra vez?

Comentario — Usted no tuvo dificultad en volver a conocer a su propia individualidad esta vez, ¿no es verdad? No, teniendo en cuenta usted como es, con todas sus virtudes y todas sus debilidades que le son tan conocidas a usted como es el aire que respira, porque usted a través de las edades ha evolucionado en compañía de sí mismo. Sin embargo, la personalidad no es el verdadero yo, sino que es nada menos que una careta que usted lleva; y esa careta ha cambiado miles y miles de veces según usted ha hecho sus distintos papeles en el largo drama de la experiencia. De modo que cuando morimos, perdemos toda asociación con la careta particular que acabamos de llevar; en otras palabras, perdemos nuestro cerebro y cuerpo físico que utilizamos en el papel de María Moreno o de José González. No obstante, el elemento reencarnador que utiliza a María Moreno o a José González en cualquier vida individual, retornará muchas veces, cada vez asumiendo una nueva personalidad, un nuevo cerebro y un cuerpo físico, fresco y revitalizado y cabalmente dado por el Karma, para desarrollar y aprender las lecciones de la nueva vida. ¿Por qué supone usted que fue dicho: "Vosotros sois el templo de Dios viviente," un Dios viviente, obrando en y por nuestras personalidades?

Pregunta — ¿Exactamente qué es lo que reencarna? ¿Es ello la divina chispa o el Dios viviente?

Comentario — La chispa divina en sí misma no reencarna, así como el Sol no deja su órbita obligatoria. Sin embargo, lo mismo que su calor y su luz penetran por todas las capas de la atmósfera entre el Sol y la Tierra, así es en el hombre. La chispa de la divinidad permanece trascendente en su propia órbita divina, pero su luz o esencia vital se difunde por todo nuestro ser, enfocando su fuerza mediante el alma espiritual para iluminar la parte mental más alta o sea lo verdaderamente humano, nuestro Yo Superior. Por tanto, es ese elemento permanente, inmortal en nosotros que perdura de vida en vida, reencarnando en una nueva personalidad con cada nacimiento en la Tierra. Pero la Divinidad per se tiene que tener intermediarios o "transformadores" para reducir su fuerza superior, y en consecuencia no reencarna directamente. Pero, el elemento reencarnador no podría existir o funcionar separadamente de su autor divino, así como un rayo del sol pudiera existir o funcionar separadamente de su Sol productor, del cual procede, para dar vida y sustancia, no sólo a la Tierra y todas sus criaturas, sino a todo el dominio del sistema solar.

Pregunta — Para la mayoría de nosotros la idea de realizar una relación estrecha con el Padre interno parece algo muy remoto. Si cosechamos lo que sembramos, y yo de mi parte siento que eso es verdad, entonces por inferencia nosotros habremos estado cosechando y sembrando a través de un tiempo muy largo. Esto en sí parece demasiado peso que soportar, que por miles de edades hayamos tenido que forcejear a solas, sembrando de campo en campo "en las mocedades," sin fuerzas ni conocimientos para guiarnos.

Comentario — Pero no ha sido a solas, y no estamos ahora a solas. Cuando la chispa divina dentro de cada uno de nosotros nos condujo fuera del Paraíso Terrenal, y nos dijo en esencia: Ustedes han recorrido una gran distancia hasta este punto; ahora pueden ganar el derecho de resolver sus destinos por sí mismos; esa divinidad no nos dejó solos. Se retiró profundamente dentro de nuestras almas, y allí continúa hasta hoy. Cada día de nuestras vidas está diciéndonos, a cada uno, si nos permitiéramos escucharla: Tú eres mi hijo pródigo. Sigue tu camino, por entre todo el dolor, el sufrimiento y la felicidad que tú haces para ti mismo; mas acuérdate que de ahora en adelante tú debes por tu libre albedrío recorrer los ciclos de experiencia. Entonces, cuando tú logres regresar a mí, estarás muy fuerte y enriquecido: en efecto, tú serás un dios al igual que yo.

No, esa chispa divina no nos ha desamparado, ni lo hará nunca; pues su propia naturaleza es la de irradiar su influencia hasta que nosotros no solamente reconozcamos su presencia, sino que resolvamos cooperar con ella y llegar a ser algún día igual a ella.

No, nunca hemos estado a solas, ni soportamos la entera carga del error del pasado en el curso de una sola vida; además, durante los miles de nuestras vidas ¿no hemos también sembrado flores bellas, no sólo cizañas, en el jardín de nuestra alma? No necesitamos nunca sentir que no podemos hacer frente a las presiones de nuestro mismo ser: "Dios ajusta el peso a los hombros"; esto no quiere decir que la Divina Inteligencia mida con un metro a cada uno de nosotros y nos cargue con tanto y no más para hoy, mañana y pasado mañana. No le es necesario, pues dentro de cada uno de nosotros está su representante particular, una chispa de esa divinidad multi-abarcante que es nuestro Yo inmortal, la cual al fin conoceremos perfectamente. De manera que en verdad es nuestro Padre quien funciona como nuestro protector, y nos permite manejar sólo aquella porción del Karma que nosotros con nuestras fuerzas actuales y nuestra falta de madurez podemos resistir.

Podemos animarnos con el conocimiento de que, cuando parece que nuestras dificultades son mayores que lo que es posible soportar, hay dentro de nosotros aquel amparo que nos asegura la fuerza y la sabiduría con qué hacer frente al desafío. El mismo hecho de que nosotros vivimos hoy en la Tierra es una prueba magnífica, de que no hemos perdido contacto con nuestro Dios interior; de lo contrario, no estaríamos aquí como almas humanas que aprenden y aspiran.



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