Para Iluminar Mil Lámparas: Una visión teosófica — Grace F. Knoche

Capítulo 3

El Avivamiento de la Mente

Las tradiciones alrededor de todo el planeta describen un suceso de suma importancia que ocurrió hace millones de años: el avivamiento de la mente cuando la humanidad estaba en su etapa infantil. Donde antes, nosotros como raza, habíamos permanecido en letargo y sin objetivo, entonces ardimos con el vigor del concepto de tener conocimiento de nuestra propia existencia, de poder escoger, y con la voluntad de evolucionar. Leyendas y mitos, escrituras y templos preservan el registro de esa maravillosa transición de la inconsciencia al conocimiento de nosotros mismos, de la inocencia del Edén a la erudición y la responsabilidad — todo debido a la intervención de seres avanzados de esferas superiores quienes forjaron dentro de nosotros "una mente viviente . . . y la nueva maestría del pensamiento."*

*Prometheus Bound, Aeschylus, tr. Gilbert Murray, línes 445-6.

En los Puranas de la India, por ejemplo, como también en el Bhagavad-Gita y otras secciones del Mahabharata, existe un número de referencias de nuestros antepasados divinos, descendientes de siete o diez "hijos nacidos de Brahma." Son conocidos por diferentes nombres, pero todos son nacidos de la mente, manasa, que piensa (de manas, "mente," derivado del verbo sánscrito man, "pensar, reflexionar") Ocasionalmente son llamados manasputras, "hijos de la mente"; más a menudo, agnishvattas, aquellos que han experimentado agni, "fuego"; también barhishads, aquellos que se sientan en la hierba kusa para propósitos, ya sean de meditación o ceremoniales; son referidos sencillamente como pitris, "padres" — términos que preservan la tradición de que los padres solares y lunares, los progenitores, le otorgaron la mente y la capacidad de seleccionar a la humanidad primitiva, para que luego, nosotros los humanos, pudiéramos aspirar a nuestra evolución más a fondo con un propósito consciente.

El despertar de la mente en una humanidad entera no podría haber sido llevado a cabo por un hecho sencillo y heroico; debe haber tomado cientos de millares, si no algunos millones de años para lograrlo. Y los humanos de ese período de preamanecer, sin duda fueron tan diversos como actualmente lo somos: los más ilustrados fueron probablemente pocos en número, la inmensa mayoría de la humanidad situada en el medio del rango de la obtención, mientras que a algunos les faltó el ímpetu de activar sus potenciales. El devenir de los portadores de luz fue, ciertamente, un acto de misericordia, pero también fue determinado debido a los vínculos kármicos con la humanidad desde ciclos mundiales anteriores.

Naturalmente que el desencadenamiento de ese nuevo poder entre una humanidad todavía tan indisciplinada en el uso del conocimiento, demandó guías y mentores para señalar el camino a seguir. Leyendas y tradiciones de muchos pueblos relatan que seres superiores permanecieron entre ellos para enseñar, inspirar y promover aspiración y entendimiento. Ellos impartieron técnicas especializadas: navegación, ciencia de las estrellas, metalurgia, agricultura, medicina de hierbas, a cardar e hilar, higiene; también enseñaron el amor hacia la belleza mediante las artes. Más importante que todo lo demás, ellos grabaron profundamente dentro de la memoria del alma de esos humanos primitivos, ciertas verdades fundamentales acerca de nosotros mismos, así como también del cosmos, para que sirva como un talismán interno para los ciclos subsiguientes.

En el Occidente, por siglos, los poetas y filósofos han dado más explicaciones acerca de las leyendas alrededor de Prometeo, las cuales el poeta griego Hesíodo (siglo VIII A. C.) recopiló de muchas fuentes antiguas. Entre otros, Esquilo, Platón, Virgilio, Ovidio, y en tiempos más recientes, Milton, Shelley y otros, inmortalizaron varias facetas de la leyenda. En sus Diálogos, Platón insinúa a menudo, de una sabiduría más allá de los mitos que relata, y en su Protágoras (§320 ff), él habla de la confrontación de Epimeteo (pensador tardío) con su hermano mayor Prometeo (pensador previsor) Cuando el ciclo hubo llegado para las "criaturas mortales" para que fuesen formadas, los dioses los forjaron de los elementos tierra y fuego "en el interior de la tierra," pero antes de traerlos a la luz del día, ellos le encargaron a Epimeteo y a Prometeo distribuirle a cada uno sus cualidades propias. Epimeteo ofreció hacer el trabajo principal, dejándole la inspección y aprobación a Prometeo.

Todo salió bien en cuanto a suministrarles a los animales con sus atributos adecuados; pero desdichadamente Epimeteo descubrió que lo había usado todo, "y cuando le tocó su turno al hombre, quien todavía estaba desamparado, se quedó terriblemente perplejo." Prometeo no tuvo sino un recurso, el cual fue procurar, a escondidas, del taller público de Atenas, la diosa de las artes, y de Hefestos, dios del fuego y de la artesanía, con lo que fuese necesario para proveer "al hombre en su oportunidad de entrar en la luz del día." Prometeo se fue a toda prisa a la fundición de los dioses en donde arde (como combustible) el fuego eterno de la mente. Robándose un rescoldo de la chimenea del hogar sagrado, descendió otra vez a la tierra y avivó la mente latente del hombre con el fuego del cielo. El hombre pensador nació: en lugar de ser menos calificado que los animales, a los cuales Epimeteo había proveído muy bien, Prometeo, entonces, levantó a un dios potencial, consciente de su poder, pero más que todo, enterado en forma innata a partir de entonces, de que habría de escoger entre lo bueno y lo malo para ganarse el don con el cual Prometeo lo había proveído.

Al principio, los humanos jóvenes (nosotros mismos) vivimos en paz, pero con el tiempo, muchos de nosotros cambiamos nuestro poder mental a propósitos egoístas y estuvimos "en proceso de destrucción." Zeus, observando nuestra crisis, llamó a Hermes y le autorizó a ir rápidamente a la tierra e infundir "reverencia y justicia" en cada hombre y mujer, para que todos, y no solamente unos pocos favorecidos, compartieran las virtudes. En pocas palabras, nosotros los humanos, ya sea que seamos desiguales en talentos y oportunidades, somos iguales en potencial divino.

En forma de mito, Platón transmite la bella verdad de que Zeus, no sólo sembró la semilla de inmortalidad dentro del hombre (véase además Timaeus §41), sino que también, a la hora señalada, un rescoldo del fuego de la mente de los dioses diera fruto de esa semilla al volver auto-consciente al hombre al enterarse de su divinidad — el trabajo de Prometeo, cuya osadía y sacrificio por el amor a la humanidad, lo convirtió en el más noble de los héroes.

El tercer capítulo de Génesis, al entenderlo, cuenta la misma historia cuando Dios advierte a Adán y Eva a no comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal; pues de lo contrario, morirían. Pero la serpiente le asegura a Eva que ellos "ciertamente no morirán," porque Dios — mejor dicho, dioses, 'elohim es plural — sabe(n) que tan pronto ellos lo coman, sus "ojos se abrirán, y (ellos) serán como dioses, sabiendo el bien y el mal." Ellos lo comieron, y "murieron" — como raza de niños de mente inocente — y verdaderamente se convirtieron en humanos, se convirtieron como dioses, sabiendo el bien y el mal. Y en esa condición estamos, dioses en nuestro ser más íntimo, aunque en la mayor parte, inconsciente de ello, ya que la memoria de esta verdad trascendental se ha desvanecido.

Volviendo a la misma historia, en las Estancias de Dzyan de The Secret Doctrine, encontramos lo siguiente:

Los Grandiosos Chohans llamaron, desde los cuerpos etéreos, a los Señores de la Luna. "Produzcan hombres, hombres de la misma naturaleza que ustedes. Denles formas internas. Ella (Madre Tierra) les proveerá cuerpos externos. Serán hombres y mujeres. Señores de la Llama también . . . "
Cada uno de ellos fue a su lugar asignado: siete de ellos, cada uno en su lugar. Los Señores de la Llama permanecieron atrás. Ellos no irían, ellos no crearían. — 2:16

Así sucedió que siete veces, siete criaturas fueron formadas, obscurecidas, y cada una en su propia clase. Sin embargo, los seres con mente todavía tendrían que nacer. Cada uno de los Padres proveyó con lo que tenía, lo mismo hizo el Espíritu de la Tierra. Pero no fue suficiente: "El Soplo necesita una mente para abarcar el Universo; 'Nosotros no podemos hacer eso', dijeron los Padres. 'Nunca tuve eso', dijo el Espíritu de la Tierra. El hombre primitivo permaneció siendo un ente "vacío y sin propósito."

"¿Cómo actuaron Manasa, los Hijos de la Sabiduría?" Ellos rechazaron las formas primitivas como inservibles; pero cuando se produjo la tercer raza, "la poderosa con huesos," ellos dijeron: "Podemos seleccionar, tenemos sabiduría." Algunos ingresaron en las formas obscuras (astrales); otros "proyectaron la Chispa"; otros, todavía "se postergaron hasta la cuarta" raza. Aquellos en quienes ingresó completamente la chispa de la mente, se convirtieron en inteligentes, sabios; aquellos en quienes la chispa había sido sino proyectada parcialmente, se volvieron dirigentes y guías de la humanidad promedio. Aquellos en quienes la chispa no había sido proyectada, o encendida muy débilmente, se volvieron irresponsables, se parearon con los animales y engendraron monstruos. Los Hijos de la Sabiduría se arrepintieron: "Esto es karma," dijeron, porque ellos habían rechazado crear. "Habitemos en los otros. Enseñémosles mejor, para que lo peor no vaya a suceder. Ellos así lo hicieron . . . Entonces, todos los hombres se volvieron dotados con Manas (mente)."

De esta forma, la tercer raza produjo la cuarta, cuyos habitantes "se llenaron con extrema soberbia." A medida que el ciclo de evolución se movió rápidamente hacia su punto más bajo en el arco del descenso material, las tentaciones se multiplicaron. Está registrado que una batalla espantosa tuvo lugar entre los Hijos de la Luz y los Hijos de las Tinieblas." El primer gran diluvio vino. Se tragó los siete enormes continentes." Los Hijos de la Luz nacieron entre la nueva quinta raza — la nuestra — para darle los ímpetus espirituales necesitados, y "se les enseñó y se les instruyó."*

*The Secret Doctrine 2:16-21, Stanzas III–XII.

El momento de inicio del uso de nuestras facultades intelectuales fue un momento culminante en la evolución humana. Avivó nuestra conciencia en todo, nos volvimos conscientes de quienes somos y de lo que fuimos — nos enteramos de nuestra propia existencia. El conocimiento nos dio poder: poder de seleccionar, de pensar y de actuar — ya sea sabiamente, o no. Nos dio la habilidad de amar y de entender a los demás. Estimuló el anhelo de evolucionar y de extender nuestras capacidades. En el proceso, nos brindó el más grande desafío de todos: el despertar de nuestros poderes, ya sea para beneficencia o para maleficencia, culminando en una lucha entre las fuerzas de la luz y de las tinieblas dentro de nosotros. Cuando multiplicamos esto por varios billones de almas humanas, fácilmente entendemos por qué ha sido, y todavía lo es, un conflicto continuo de voluntades.

Durante el tercer gran ciclo racial, o arraigamiento de la raza, los manasaputras, quienes unieron las esencias de sus mentes con la mente latente de los humanos primitivos, permanecieron con nosotros como instructores divinos. Sin embargo, inevitablemente llegó el tiempo en el cual esos seres superiores se retiraron, para que la nueva humanidad pudiera evolucionar y desarrollarse por sí sola. Ellos se retiraron de nuestra presencia inmediata, pero nunca replegaron su amor y su interés protector, igual que una madre y un padre idealmente nunca dejarían de amar a sus hijos. El padre sabio está enterado de que el regalo más grandioso que le puede dar a sus hijos, es la confianza en que ellos pueden hacerlo por su propia iniciativa. Eso es lo que los manasaputras hicieron por nosotros; y lo que nuestra esencia divina está continuamente haciendo por la porción humana de nosotros.

En verdad, nosotros somos manasaputras, aunque los alcances superiores de la mente todavía no están completamente manifiestos en nosotros. Sin embargo, las verdades que los hijos nacidos de la mente implantaron en nuestra memoria del alma, permanecen como una parte intrínseca de nosotros. Es por el propósito de restablecer conscientemente el contacto con este conocimiento sabio innato por el que venimos una y otra vez a la tierra: a redescubrir quienes somos verdaderamente, compañeros de estrellas y galaxias y de prójimos humanos, tan seguramente como lo somos de nuestros hermanos del campo, del océano, y del cielo — una conciencia que fluye, desde nuestra estrella madre hasta los cristales y diamantes, y más allá de eso, incluye también a las vidas minúsculas que animan el mundo del átomo. Tampoco pasemos por alto a las varias clases de seres elementales, o primarios, que mantiene la integridad de los elementos de éter, fuego, aire, agua y tierra.

Podría parecer extraño pensar de nosotros mismos como si cada uno de nosotros fuese alguien que posee una conciencia que fluye; sin embargo, eso es justamente lo que somos. Vemos a nuestro propio ente humano como una unidad separada, cuando en realidad es solamente una célula del ser sublime, podríamos decir, en la cual la humanidad está viviendo y teniendo su experiencia evolutiva en forma consciente. La separatividad es una ilusión. Existe una intercomunicación entre todas las familias de la naturaleza — en el sentido de que todos los seres están sacrificando un poco de ellos mismos para el beneficio de los reinos ubicados arriba y por debajo de ellos. Existe un intercambio de utilidad que se desarrolla constantemente, lo cual podríamos intuirlo más frecuentemente si pudiéramos experimentar nuestra unidad con todo. Juntamente con un intercambio constante de átomos de vida y de energías de muchas clases, también existe un interengranaje de karma entre todos los reinos de la naturaleza. Ciertamente, nosotros tenemos los reinos mineral, vegetal y animal dentro de nosotros, así como también los reinos elementales; y además de todo ello, tenemos el reino divino dentro de nosotros, porque somos dioses con forma humana. Muy a menudo sobreenfatizamos nuestra engañosa condición separativa.

Hoy en día, un orden asombroso de evidencia confirma que la consciencia es una, y que mientras se manifiesta en diversas formas, ya sea como piedra, planta, animal, o humano, es un río de vida que fluye. Experimentos con plantas, por ejemplo, sugieren la sensibilidad de las plantas a los pensamientos humanos y a la música. Existe reciprocidad de vibraciones, tanto positivas como negativas, entre humanos y plantas, como seguramente existe entre nuestras especies. El intercambio continuo de energías del pensamiento, de átomos del pensamiento, entre nosotros, no está limitado al reino humano, o a nuestro planeta. Cuando reflexionamos sobre la red viviente de fuerza magnética y anímica entre nosotros y cada aspecto del organismo cósmico que conocemos como nuestro universo, percibimos algo de la magnitud de nuestra responsabilidad. Si pudiéramos examinar todo lo que ocurre en nuestras circunstancias personales, en nuestras relaciones sociales y comunales, desde esta perspectiva y con el ojo de nuestro ser inmortal, transformaríamos cada aspecto del vivir humano.


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