Expansión de Horizontes — James A. Long

El Padre Nuestro

Pregunta — ¿Si recibimos lo que merecemos y somos premiados o castigados por nuestros propios actos, entonces qué podemos esperar de las oraciones?

Comentario — Este es un tópico importante y tiene muchas ramificaciones. Mas antes de que podamos entrar en un análisis de la oración, sería prudente eliminar de nuestro conocimiento la idea de un Dios personal, antropomórfico, entronizado en el espacio, quien reparte el Bien o el Mal según sus gustos y caprichos o los nuestros; tal idea, creo yo, es falsa, niega la justicia y socava la fe, fe en una armonía fundamental de la ley universal.

En efecto, la esencia práctica de la oración, como la concibió el Maestro Jesús, está incluida en su súplica del Gólgota: "Hágase, no mi voluntad, sino la Tuya"; no mi deseo particular, sino la voluntad de la Divinidad. En otras palabras, que funcione la ley de justicia con sus efectos armonizantes y equilibradores, a fin de que causas iniciadas anteriormente se expíen en nuestras vidas.

Pregunta — ¿Si nosotros por nuestra propia voluntad buscamos ayuda especial en el presente y la obtenemos, aun sin merecerla, estaríamos extendiendo nuestro crédito y deberíamos de pagar con moneda equivalente, más tarde?

Comentario — Mientras que la oración intensa de tipo voluntario personal desviara temporalmente los efectos de causas específicas y en ese sentido podríamos decir que nuestro "crédito está extendido," podemos tener la plena certeza de que, a su tiempo, el completo efecto de cada causa nos alcanzará; y a menudo, con interés compuesto. No creamos, pues, que cantidad alguna de oraciones anulará la operación de la gran ley equilibradora. No hay tal cosa como "la remisión de pecados" como se le entiende usualmente. Ni la oración ni el "perdón" pueden alterar la inflexibilidad de la operación universal de la Naturaleza; y el efecto seguirá a la causa, por mucho que sea el tiempo que transcurriese entre el uno y la otra.

Pregunta — Probablemente todo el mundo ora de una manera u otra: y desde luego sabemos que lo hizo Jesús, por lo menos le atribuyen a él el Padre Nuestro. Ahora bien, hay párrafos de esa plegaria que no parecen tener sentido, pero yo he oído decir que se puede hallar en ella toda una filosofía de vida.

Comentario — El Padre Nuestro sí contiene toda una filosofía de vivir. Pero la oración, como se le practica en general, se ha apartado mucho de los mandamientos del Maestro Jesús y por cierto de los de todos los grandes maestros mundiales. Hoy día la oración asume una variedad de formas, de las cuales casi todas pueden clasificarse como egoístas. Aun en el mejor de los casos se concentran en las necesidades de uno mismo, más bien que en las de los demás; en el peor, no son nada más o menos que una explotación de herencia divina de sí mismo. Aquí yo me refiero a esas técnicas de orar que se están poniendo cada vez más en boga, por medio de las cuales se conseguirían una así llamada "potencia, riqueza, y vigor intelectual" mediante una concentración intensa en lo que nosotros queremos. Esta clase de oración está cargada de egoísmo concentrado, y por tanto es sumamente peligrosa al progreso espiritual del individuo que la practica.

Cuando se comprende enteramente, no hay ni una sola gota de egoísmo en el Padre Nuestro. Y sin embargo, ¿quién de nosotros realmente entiende lo que quiso decir el Maestro? Aprendemos esta oración desde niños; y en la edad adulta la oímos declamada con variedades de piedad; y está cantada en forma de himno por coros en todas partes del globo. ¿Pero cómo ha afectado a nuestro pensamiento diario?

Pregunta — Supongo que todos hemos pasado por varias etapas en nuestro concepto de la oración. Todos aprendimos las formas comunes de la oración en la iglesia y la escuela dominical; mas éstas nunca me impresionaron como algo práctico. Ni me parecieron ser lo que la oración debe efectuar, en el sentido de que la mayor parte de tales oraciones eran motivadas por la idea de que algo se hiciera para mí o por mí. Por alguna razón nunca sentí que tenía el derecho de pedir algo, habiendo tenido tanto en comparación con los demás. Yo más bien sentí deseos de dar gracias por lo que tenía en vez de pedir más, y así de algún modo costear, por decirlo así, mi estancia aquí. Nunca pude aceptar la idea de orar a cualquier ente, ni a cualquier Dios directamente, por la realización de cualquier propósito específico terrenal. Mas siempre he sentido que lo mismo que la Naturaleza, en el campo de la física, maneja las cosas de acuerdo con su ley, así ha de ser con las cosas espirituales: recibirás en la medida exacta de lo que des. ¿Qué beneficio, pues, se recibe de la oración?

Pregunta — Yo tampoco nunca he sentido que tenía el derecho de pedir cosas. Orar, para mí, siempre ha significado simplemente rogar; y puesto que yo no tenía ningún Dios particular que pudiera reconocer o cualquier Ente antropomórfico a quién pedir privilegios, no podía descubrir a alguien en particular a quién agradecer.

Comentario — Yo sé exactamente qué quieren ustedes decir. Hay un mundo de distinción entre la idea de un Dios en alguna parte del espacio, fuera del ser humano, quien supuestamente es responsable directo de todo lo que nos ocurre después de habérsenos creado, y la idea de una Inteligencia Divina en el centro de cada cosa dentro del cosmos, desde el átomo hasta el Sol, hasta cada uno de nosotros. Si tenemos este último concepto, entonces es cuando al orar nos vemos pensando en el Padre Nuestro, no ya como un medio de lograr nuestras peticiones, sino más bien como una expresión en palabras de la más elevada aspiración que el hombre es capaz de sentir.

Padre Nuestro, que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Aquí el Maestro se dirige al Padre dentro de nosotros quien no está totalmente encarnado en nosotros porque todavía no hemos progresado en la medida en que habríamos llegado a ser uno con Él. Teniendo en mente la división de San Pablo del hombre en cuerpo, alma y espíritu, podemos considerar al Padre dentro de cada uno de nosotros como un aspecto de esa Inteligencia Divina, quien es nuestra suprema aspiración de llegar a identificarnos con Ella. Hacer esto costará una eternidad, pero el hombre tiene esta potencialidad a causa de aquella chispa de Divinidad que se manifiesta en cada organismo viviente.

Venga a nos Tu reino. Aquí suplicamos que el reino del Padre, que mora en el Cielo o en regiones espirituales, y aun adentro de nosotros, venga a la existencia. Es decir, oramos o anhelamos por la capacidad de traer a la manifestación activa, aquí mismo, en la Tierra, ese aspecto Divino de nuestro ser, sin el cual no existiríamos.

Hágase Tu voluntad, así en el Cielo como en la Tierra. Que las obras de la Inteligencia Divina penetren en todos los rincones de la vida en esta Tierra, como se han dado expresión en el Cielo, siendo el Cielo lo relativamente ideal, tan bien como la potencial cualidad que nosotros desarrollaremos algún día.

El pan nuestro de cada día, dádnoslo hoy. Nótese, que en este día, nuestro pan diario no significa que estamos obligados a asegurar las necesidades de todo el futuro; ni significa "nuestro pan de cada día" solamente las necesidades físicas, tan importantes como ellas son. Dadnos hoy cuanto de fuerzas, perspicacia, y sabiduría sean requeridas no sólo para nosotros, sino para nuestra familia, vecinos, colectividad, tal vez nuestra nación, y toda la humanidad. Esas necesidades pueden recorrer la escala desde las más comunes hasta las más altas cualidades de carácter las cuales estamos en proceso de desenvolver y así hacerlas manejables por el Padre interno.

Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. He aquí una de las más prácticas reglas de la disciplina esotérica, y sin embargo una de las más mal entendidas. Esta oración no pide al Padre que nos perdone nuestras transgresiones en el sentido de absolvernos de la responsabilidad de rectificarlas. No debemos orar por remisión ni pedir por cualidades de carácter que a nuestra vez no hemos expresado en nuestras relaciones con los demás. Lo mismo que no inculpemos a nuestros compañeros de sus errores; así pedimos al Padre interno, cuya compasión es más grande que la nuestra, no inculparnos los errores de juicio que hacemos en el esfuerzo de evolucionar. Opera aquí la antigua ley del equilibrio, de la armonía, la ley de Karma. Según siembras, así cosecharás; acción seguida por su reacción congruente que subsiste como una verdad hasta la eternidad. Lo mismo que el Karma forma una cara de la moneda, por decirlo así, la compasión o misericordia forma la otra cara de esta misma ley universal. Pero hemos de borrar de nuestros corazones todo rencor o resentimiento en cuanto a las injusticias perpetradas contra nosotros antes de "orar por clemencia" al Padre interno, respecto a las injusticias que perpetramos diariamente contra nuestro verdadero Yo.

Y no nos pongas en la tentación, mas líbranos del Mal. Entendido esto literalmente ésta es una declaración extraordinaria. Si esta oración está dirigida a Dios, supuestamente el padre de todo bien, ¡qué insulto pedirle no conducirnos a la tentación! ¿O es que hay una interpretación más inspiradora?" ¡Oh Padre dentro de mí, no me alejes de mis aflicciones y dificultades, para que haciéndoles frente pueda yo reconocer el mal tal como es y suprimir su poder de dominar!"

Pregunta — Esto me gusta más. Nunca pude entender por qué tengo que rogar al Padre no conducirnos a la tentación, y siempre me he preguntado por qué fue incluido esto en una oración supuestamente hecha por un Salvador.

Comentario — Usted no es el único en haberse devanado los sesos sobre esto. Probablemente cada persona ha buscado alguna interpretación que satisficiera su innato sentido ético. En efecto, hace algunos años un clérigo Episcopal insistió en que el Padre Nuestro fuera enmendado. Propuso que se modificara una frase para que se leyera: "Y no nos dejes sucumbir cuando seamos tentados," porque, como explicó, "ningún cristiano puede esperar estar eximido de la tentación," y por lo tanto, la oración debe pedir "fuerzas para resistir a la tentación."

Por cierto que esa actitud, más bien que la débil súplica de estar eximido de cada tentación despierta nuestra madurez. ¿Quién es el más fuerte, el más compasivo, el más sabio al fin y a la postre: el hombre que ha sido escudado contra todas las perturbaciones de la vida o aquél que habiendo sido puesto a prueba por las tentaciones las ha reconocido por lo que son y ha llevado la lucha hasta salir triunfante? Sin duda este último, porque en él se puede confiar; él ha fortalecido las fibras interiores de su alma.

Pues Tuyo es el reino, el poder, y la gloria, para siempre. Yo entiendo que algunas autoridades consideran esta frase como una añadidura posterior. Sea el caso como sea, podemos interpretarla de este modo: la Inteligencia Divina es el verdadero reino y el único poder verdadero, y cuando sus obras se manifiestan en la Tierra, en las vidas de cada uno de nosotros, entonces se le ve verdaderamente como una gloria para siempre y por siempre.

¿Entonces cómo podemos comparar el Padre Nuestro en relación con el Karma? Encontramos que la ley inviolable de causa y efecto en la Naturaleza funciona hacia un solo fin, la restauración del equilibrio y armonía. El hombre, por consiguiente tiene la responsabilidad de esforzarse conscientemente hacia esa meta. Haciendo esto, descubrimos que la oración llega a ser el desempeño del deber a la luz de nuestra responsabilidad cotidiana, hacia nuestro Ángel de la Guarda quien vela por cada aspecto de nuestra vida. Según el grado en que cooperemos con ese divino Inspirador pasaremos a ser una expresión, no de nuestra voluntad personal, sino de la voluntad del Padre dentro de nosotros mismos.



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